El agua de lluvia ya no se puede beber ni en la Antártida: encuentran niveles de PFAS que indican que no es segura
Durante siglos, la humanidad pudo confiar en la pureza de la lluvia. Pero esa era ha terminado. Según una investigación reciente, el agua de lluvia en cualquier lugar del mundo, incluso en los rincones más remotos como la Antártida, ya no es segura para el consumo humano debido a la omnipresencia de las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS), también conocidas como “químicos eternos”.
¿Qué son los PFAS y por qué son tan peligrosos?

Los PFAS son un grupo de compuestos químicos fabricados por el ser humano que se utilizan ampliamente por su resistencia al agua, al aceite y al calor. Están presentes en productos de uso cotidiano como utensilios de cocina antiadherentes, ropa impermeable, envases de comida rápida, productos cosméticos y espumas contra incendios.
El gran problema es que los PFAS no se descomponen fácilmente. De hecho, su apodo de “químicos eternos” proviene precisamente de su extrema persistencia en el ambiente. Estos compuestos pueden permanecer activos durante cientos o incluso miles de años, acumulándose en el agua, el suelo, el aire e incluso en el cuerpo humano, donde se asocian con enfermedades graves como cáncer, daños hepáticos, trastornos hormonales e inmunológicos.
El agua de lluvia, contaminada en todo el planeta

En un artículo publicado en la revista Environmental Science & Technology, científicos evaluaron concentraciones de cuatro tipos de PFAS en muestras de agua de lluvia, aguas superficiales y suelos de diversas regiones del mundo. Los resultados son alarmantes: en todos los casos, las concentraciones superaban los límites de seguridad recomendados por la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (EPA).
Según Ian Cousins, autor principal del estudio y profesor del Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de Estocolmo, “el agua de lluvia en todas partes se consideraría no segura para beber, de acuerdo con las últimas directrices de la EPA sobre el ácido perfluorooctanoico (PFOA), una sustancia cancerígena de la familia PFAS”.
Aunque en el mundo desarrollado no es común consumir agua de lluvia directamente, en muchas regiones rurales o empobrecidas es una fuente vital. “Millones de personas en el mundo dependen de la lluvia para abastecer sus reservas de agua potable”, añadió Cousins. Para ellos, este descubrimiento representa una amenaza directa a su salud y supervivencia.
¿Cómo llegamos a este punto?

Los niveles de referencia para PFAS en agua potable han disminuido drásticamente en los últimos 20 años, reflejando la creciente preocupación por su toxicidad. En Estados Unidos, por ejemplo, el valor de referencia del PFOA se redujo 37.5 millones de veces.
Pero mientras las normativas se endurecen, la contaminación real no ha cesado. A pesar de que varios fabricantes han dejado de producir algunas de estas sustancias, los PFAS siguen circulando en el medio ambiente. ¿La razón? La naturaleza los recicla: vuelven al aire con el polvo, caen con la lluvia, se filtran en ríos y suelos, y retornan a la atmósfera, reiniciando el ciclo.
Martin Scheringer, coautor del estudio y profesor en ETH Zurich y la Universidad Masaryk, explicó:
“La persistencia extrema y el ciclo global de ciertos PFAS conducen a que se sigan superando los límites recomendados, incluso décadas después de su prohibición. Estamos atrapados en un ciclo del que no podemos salir fácilmente”.
¿Qué se puede hacer?
Lamentablemente, la investigación concluye que ya hemos superado el “límite planetario” de seguridad para los PFAS. Esto significa que sus concentraciones son tan altas y su dispersión tan global que los esfuerzos individuales o regionales para reducirlos no son suficientes.
Hoy en día, ni siquiera en la Antártida se puede recolectar agua de lluvia sin riesgo. Esta realidad refleja el alcance devastador de la contaminación química a escala planetaria. Las opciones para revertir el daño son limitadas, pero no inexistentes. Actualmente, científicos trabajan en métodos para destruir los PFAS en el laboratorio, aunque llevar estos avances a gran escala es un desafío titánico.
Lo que alguna vez fue un recurso puro y vital —la lluvia— se ha transformado en un símbolo de la huella tóxica del ser humano sobre la Tierra. La presencia de PFAS en cada gota caída del cielo es un llamado de emergencia para tomar medidas contundentes a nivel global.
Hemos contaminado incluso el agua que cae del cielo, y la ciencia ahora confirma que ni el rincón más aislado del planeta está a salvo. La cuestión no es solo científica, sino profundamente ética: ¿seremos capaces de limpiar el legado químico que hemos esparcido por el mundo?
Referencia:
- Environmental Science & Technology/Outside the Safe Operating Space of a New Planetary Boundary for Per- and Polyfluoroalkyl Substances (PFAS). Link
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