Mató a sus padres y hermanos en 15 minutos: la historia real detrás de la leyenda de la masacre de Amityville

El hecho ocurrió en Estados Unidos en 1974. El asesino dijo que la matanza fue porque escuchaba voces que le ordenaban matar. Esas palabras dieron pie a decenas de películas de terror, entre ellas, una que tuvo dos nominaciones al Oscar.


El señor Ronald DeFeo había juntado pesito sobre pesito que ganaba en su trabajo como vendedor en una concesionaria de automóviles Buick en el barrio de Brooklyn, Nueva York. Fue un vendedor dedicado y laborioso y su suegro, dueño de la concesionaria, se lo supo reconocer, es decir su sueldo siempre fue en ascenso. Para inicios de los años setenta la familia DeFeo no tenía preocupaciones económicas.

Ronald, entonces, tomó la decisión de dejar la ciudad y mudarse a Long Island. Eligió una casa colonial de dos plantas más un altillo y muchas habitaciones ubicada en la localidad de Amityville, en la calle Ocean Boulevard 112. Tenía, además, un cobertizo para botes en el río Amityville. La casa era enorme y había mucho espacio para él, su esposa Luise, y sus cuatro hijos, Ronald Jr, Dawn; Allison; Mark; y John. El jefe de la familia hizo colocar en el patio delantero un letrero: “Grandes esperanzas”. DeFeo estaba en su plenitud. Allí pensaba recibir a sus amigos y conocidos. También en ese lugar recibió el espanto y la muerte.

Ronald DeFeo padre junto con su hijo mayor Ronald DeFeo Jr.
Ronald DeFeo padre junto con su hijo mayor Ronald DeFeo Jr.

Hacia fuera, Ronald DeFeo era un hombre simple, simpático y exitoso. Hacia adentro, tenía un carácter del demonio, arranques de furia y violencia, que no ahorraba despiadadas peleas con su esposa. Los hijos también sufrían el riguroso carácter de su padre. La casa se llenó de gritos, ruidos de objetos que se lanzaban contra la pared, y otros rastros de los arrebatos feroces de Ronald. Quién más sufría los arranques de su padre era su hijo mayor, Ronald Jr. o “Butch”, como le decían en la familia. Ya de chico sufrió de bullying en la escuela por su sobrepeso y su padre lo humillaba porque no se defendía a los golpes de los “matones del colegio”. Al mismo tiempo lo castigaba por hablar por lo bajo y más aún cuando lo desobedecía por cualquier cosa.

Ronald Jr. DeFeo, del bullying a las drogas

Ya en la adolescencia Ronald Jr. se convirtió en un joven alto y fuerte, que comenzó a imponer respeto entre sus compañeros de clase y, sobre todo, dejó de ser una criatura con la cual su padre podía descargar su ira. Los gritos e insultos en su casa ya venían de ambos lados y los golpes también. Los padres de Ronald decidieron enviarlo de un psiquiatra. Fue en vano. Ronald Jr. o Butch rechazaba la idea de que necesitara ayuda de ese tipo. Entonces sus padres cambiaron de estrategia. Comenzaron a darle más dinero por mes, a hacerle regalos; a los catorce años su padre le dio una lancha rápida que costaba 14.000 dólares para que navegara por el río Amityville.

Mark DeFeo, 13 años, vìctima.
Mark DeFeo, 13 años, vìctima.

El comportamiento de Ronald Jr. también cambió. A los diecisiete, dejó la escuela. Consumía LSD y heroína y realizó algunos pequeños robos en la zona. Un año después, su papá le dio trabajo en la concesionaria de autos Buick de la familia. Pensaba que de esa manera, con una ocupación fija aunque sin grandes responsabilidades, lo mantendrían calmado. Las cosas no fueron bien pensadas. Se presentara o no a trabajar, el padre igual le daba una retribución semanal en efectivo. Hasta le regaló un automóvil. El dinero que recibía por no hacer nada lo gastaba en alcohol y en drogas. A pesar de todos los esfuerzos de su mamá Luise y de su agresivo padre Ronald Sr, el chico no cesaba de buscar pelea con ellos por la mínima circunstancia. Y los encontronazos cada vez eran más violentos.

Una noche, el matrimonio estaba discutiendo en la sala principal de la planta baja cuando Ronald Jr. agarró una escopeta calibre .12 de su habitación del primer piso, cargó un cartucho en la recámara, bajó corriendo y se enfrentó a sus padres. No dudó. Apuntó el cañón del arma a la cara de su padre y gritó: “Dejá a esa mujer en paz. ¡Te voy a matar, gordo de mierda! Eso es todo.” Ronald Jr. apretó el gatillo, pero el arma extrañamente no se disparó. El padre quedó helado y observó con sombrío asombro cómo su propio hijo bajaba el arma y simplemente salía de la habitación con indiferencia.

Allison DeFeo, de 13 años, vìctima.
Allison DeFeo, de 13 años, vìctima.

En 1974 las relaciones entre DeFeo padre y su hijo mayor estaban a punto de romperse. Ronald Jr. estaba disconforme con el dinero que le pagaban en la concesionaria “por no hacer nada” y planeó un robo. El asunto fue que lo mandaron al banco a depositar 1.800 dólares en efectivo y 20.000 dólares en cheques. Rara vez le daban semejante encargo. Ronald Jr. sabía qué hacer. Convenció a un conocido, un ladrón de baja estofa, para que lo “asaltara” camino al banco. Así ocurrió y luego entre los dos se repartieron el botín. Lo primero que hizo su padre cuando se enteró que su hijo había sido asaltado fue reprender al personal de la concesionaria que le había dado ese encargo. Hicieron la denuncia a la Policía y los agentes entrevistaron a Ronald Jr. para conocer los detalles del robo.

En lugar de representar el papel de víctima y dar una una versión falsa, Ronald Jr. se puso violento con los policías y mucho más cuando estos dieron a entender que descreían de su versión del robo. Ronald DeFeo se enojó con él otra vez y le recriminó que no colaborara con los agentes. “Tenés al diablo sobre tu espalda”, le gritó su padre. Ronald Jr. no dudó. “Gordo idiota, te voy a matar”. Entonces corrió hacia su auto y se fue.

El final era inminente

El 14 de noviembre de 1974 a la noche, toda la familia DeFeo dormía, menos Ronald Jr. Estaba en silencio en su habitación. Era el único que tenía un cuarto para él solo. ¿Por qué? Porque era muy violento. El muchacho eligió un rifle Marlin Firearms calibre .35 (el diámetro de la bala es de 9.1 mm). Primero fue a la habitación de sus padres. Silenciosamente empujó la puerta y vio que dormían. Se llevó el rifle al hombro y apretó el gatillo. El primer disparo desgarró la espalda de su padre, le atravesó el riñón y salió por el pecho. Ronald Jr. disparó otra vez y el proyectil perforó la base de la columna vertebral de Ronald padre, y se alojó en su cuello. Para entonces, Louise DeFeo se había despertado sólo para ver la muerte de cerca. Su hijo apuntó el arma y le pegó dos tiros en el cuerpo. Las balas destrozaron su pecho y colapsaron su pulmón derecho. La sangre cubría los cuerpos.

John DeFeo, 9 años, víctima.
John DeFeo, 9 años, víctima.

Había un rotundo silencio en la casa no obstante del chasquido de cada disparo del rifle. Ronald Jr. se dirigió a la habitación de sus hermanos más pequeños, John, de 9 años, y Mark, de 11. Se paró entre las dos camas. Les disparó un tiro a cada uno mientras dormía. Mark quedó inmóvil. John se movió apenas el balazo le dio en la espalda. Los otros dos miembros de la familia que seguían vivos no habían escuchado nada. Ronald Jr. fue hacia el cuarto de sus hermanas Dawn, de 18 años, y Allison, de 13. Allison se despertó justo en el momento en que Ronald Jr. le bajaba el caño del rifle en su cara y apretaba el gatilllo. Giró hacia donde estaba Dawn y su disparo le voló el lado izquierdo de la cara. Había tardado quince minutos en asesinar a los seis miembros de su familia.

Eran las tres de la mañana. Se escuchaba el ladrido del perro “Shaggy” atado al lado del cobertizo para botes. Ronald Jr. respiró hondo. Debía lavarse e inventar una coartada. Se duchó y se afeitó la barba; se vistió con jeans y botas. Recogió su ropa ensangrentada y el rifle, colocó todo en una funda de almohada y fue hacia su automóvil. Antes del amanecer estaba conduciendo hacia los suburbios de Brooklyn. Tiró la funda en un desagüe pluvial. Volvió a Long Island y se presentó a trabajar en la concesionaria. Eran las seis.

“Algo debe estar pasando ahí”

Durante esa mañana llamó a su casa varias veces. Su padre no aparecía y él se mostraba aburrido porque nadie le daba nada para hacer. Llamó a su novia Sherry Klein, que tenía 19 años, y le dijo que saldría de su trabajo temprano y que la pasaría a buscar. Salió de la concesionaria hacia el mediodía. Se cruzó con su amigo Bobby Kelske con el que habló un rato. Llegó a la casa de Sherry a la una y media. Como un comentario sin importancia, le mencionó a la chica que había llamado a su casa y que nadie había respondido. La llevó de compras y después se fueron a la casa de Bobby Kelske. Volvió a hablar de las veces que llamó a su casa sin obtener respuesta. Dijo: “Algo debe estar pasando ahí”.

Dawn DeFeo, de 18 años, víctima.
Dawn DeFeo, de 18 años, víctima.

Ronald Jr. pasó el resto de la tarde visitando amigos, bebiendo y tomando heroína. A las 18.00, se reunió otra vez con su amigo Bobby en un bar. Fingió estar preocupado por no poder comunicarse con ningún miembro de su familia. “Voy a tener que ir a casa y romper una ventana para entrar”, le dijo a Bobby. Ronald salió del bar hacia su casa pero al rato volvió agitado: “¡Bob, tenés que ayudarme…¡Alguien les disparó a mi madre y a mi padre!” Habían pasado 15 horas desde los asesinatos. A ellos, se les unió un grupo de amigos y todos fueron hacia la casa de los DeFeo. Fue Bobby Kelske quien entró primero y descubrió los cadáveres en cada habitación.

Fueron tantos los policías que llegaron que casi no se podía caminar por ningún lado. Eran las siete de la tarde y los vecinos estaban en la calle comentando lo ocurrido. Los policías llevaron a Ronald Jr. a la cocina y le preguntaron quien creía que podía haber cometido la masacre. Si dudar, Ronald respondió: “Louis Falini”. Se trataba un conocido sicario de la mafia local que había discutido con él hacía dos años porque el mafioso le recriminó haber hecho mal un trabajo en la concesionaria. Ronald también aseguró que este Falini había ayudado a su padre a crear un escondite en el sótano de su casa para guardar joyas y dinero en efectivo.

La Policía decidió establecer una especie de centro de comando en la casa del vecino de al lado y, al mismo tiempo, como en el caso podía estar involucrada la mafia, llevar a Ronald Jr. a la jefatura para protegerlo y continuar con el interrogatorio. Ninguno de los policías sospechaba a esta altura de Roland Jr.

Así encontraron los cuerpos de los padres de Ronald Jr.
Así encontraron los cuerpos de los padres de Ronald Jr.

Sospechas, detención y mentiras descaradas

A las dos y media de la mañana del 15 de noviembre, el policía John Shirvell volvió a revisar la habitación de Roland Jr. Encontró un par de cajas de cartón rectangulares con la etiqueta: rifles Marlin, calibre .22 y otra calibre .35. Shirvell no sabía que un Marlin calibre .35 había sido el arma usada en los crímenes hasta que se lo dijeron en la jefatura de Policía cuando llegó con las cajas. Su idea de lo que había ocurrido cambió por completo y comenzó a repasar las declaraciones de Ronald Jr.

Cuando le tocó declarar a Bobby Kelske, Shirvell confirmó que Ronald era un fanático de las armas. A las nueve menos cuarto de ese 15 de noviembre, la Policía arrestó a Ronald DeFeo Jr. Esta vez lo interrogaron dos policías que se incorporaron al caso, el teniente Robert Dunn y el detective Dennis Rafferty.

El primogénito de los DeFeo había dicho que el 14 de noviembre se había levantado a las cuatro y que escuchó a uno de sus hermanos en el baño. El detective le hizo notar que para entonces, según las autopsias, todas las víctimas estaba en sus camas, muertas. No anduvieron con vueltas y le dijeron que él debía estar en la casa cuando dispararon contra su familia. Rafferty y Dunn lo miraron a los ojos y afirmaron que era su fusil y era su munición las usadas para matar a la familia. “Tenemos las cajas calibre .35 que sacamos de tu habitación”, remataron.

Ronald DeFeo Jr. al ser detenido detenido.
Ronald DeFeo Jr. al ser detenido detenido.

DeFeo comenzó a mentir descaradamente e insistió que Falini lo había despertado esa noche para matar a su familia y que estaba acompañado por otro hombre a quien no pudo describir. En medio de su interrogatorio, Ronald Jr. afirmó que había levantado un cartucho y que lo descartó. Rafferty le preguntó: “¿Por qué recogiste el cartucho si no tuviste nada que ver? ¿No sabías que era tu arma la que se usó?”. Dunn lo arrinconó: “¿Si había dos tipos más en la casa y te obligaron a acompañarlos a las habitaciones, seguro un tiro te habrán ordenado disparar?”. Ronald Jr. no respondió enseguida.

“Escuché voces que me ordenaban matar”

– Dame un rato-. le pidió el sospechoso.

– No pasó como lo contaste ¿no?-, lo apuró Rafferty.

– Falini y ese otro tipo nunca estuvieron en tu casa ¿no?-, agregó Dunn

– No-, respondió Ronald Jr. Se tomó unos segundos y continuó: –Todo empezó tan rápido. Una vez que comencé, simplemente no pude parar. Fue tan rápido.

El juicio contra Ronald DeFeo Jr. comenzó casi un año después, el 14 de octubre de 1975. La preocupación del fiscal Gerard Sullivan era evitar que la defensa convenciera al jurado que el acusado estaba loco al momento de los asesinatos. “Escuché voces que me ordenaban matar”, les había dicho el acusado a los forenses, palabras que dieron pie luego a films de terror. Sobre esta cuestión giraría la defensa del abogado William Weber.

Ronald DeFeo Jr., el autor de la masacre.
Ronald DeFeo Jr., el autor de la masacre.

El defensor sostuvo una foto de la madre de Ronald, Luise y le preguntó si la reconocía. Ronald Jr. dijo que no, que nunca la había visto en su vida. Entonces Weber le mostró una foto de su padre.

-Ronald… ¿Mataste a tu padre?-, preguntó el defensor.

-¿Lo maté? Los maté a todos. Sí señor. Los maté a todos en defensa propia. En lo que a mí respecta, si no maté a mi familia, me iban a matar a mí. Y en lo que a mí respecta, lo que hice fue en defensa propia y no tuvo nada de malo. Cuando tengo un arma en la mano, no hay duda en mi mente de quién soy. Yo soy Dios.

Hubo jurados que quedaron boquiabiertos. DeFeo reiteró que había escuchado voces demoníacas. El fiscal Sullivan no perdió tiempo.

-¿Te sentiste bien en ese momento?-, preguntó.

-Sí señor. Creo que se sintió muy bien.

-¿Es porque sabías que estaban muertos, porque los mataste a tiros?

-No sé por qué. No puedo responder eso honestamente.

-¿Recuerdas haberte alegrado?

-No recuerdo haberme alegrado. Recuerdo sentirme muy bien.

El cruce de mayor trascendencia fue, sin embargo entre el fiscal y el psiquiatra de la defensa, Daniel Schwartz. El experto dio una miniconferencia sobre psicosis, disociación y locura criminal que tuvo su repercusión en el jurado. Entonces el fiscal comenzó su contrainterrogatorio preguntándole al psiquiatra por qué DeFeo recogió las pruebas de su delito y las tiró al desagüe de la alcantarilla, si esa acción no revelaba una clara conciencia de lo que había hecho. Schwartz respondió que esa pregunta no tenía importancia pues Ronald Jr. no estaba en su cabales, no quiso esconder nada. “Los cuerpos están ahí. Las balas están en la gente”, respondió el psiquiatra.

-Es decir que para usted no es significativo que hubiera descartado los cartuchos…-, siguió el fiscal Sullivan.

-Exacto. No estaba actuando con algún propósito claro en su mente sino distraído por delirios paranoicos y neuróticos.

-Pero en las notas que usted mismo tomó durante su entrevista con el acusado, él le dio un motivo muy concreto…-, el psiquiatra había caído en la trampa. -Él mismo le dijo por qué descartó los cartuchos…

-Le pregunté por los casquillos y me dijo que no quería dejarle a la policía ninguna pista de qué tipo de arma había sido. No era amigo de la policía y no quería ayudarla.

-Es decir que no había ningún delirio. Sabía lo que estaba haciendo. Gracias, doctor. No más preguntas-, concluyó el fiscal.

Culpable

El viernes 21 de noviembre de 1975, Ronald DeFeo Jr. fue declarado culpable de seis cargos de asesinato. Dos semanas después, fue sentenciado a veinticinco años de prisión por cada uno de los homicidios.

El 12 de marzo de 2021 Ronald DeFeo Jr. murió en la prisión a los 69 años.

Así luce la casa de Amityville. Captura de video de YouTube  Sara k blandon.
Así luce la casa de Amityville. Captura de video de YouTube Sara k blandon.

Los fantasmas no matan

La casa original de Ocean Boulevard 112 tuvo su propia historia. Según The New York Post, su número fue cambiado para evitar la llegada de turistas y fanáticos de las historias de terror. Ahora es el 108. Después de los crímenes, la vivienda estuvo vacía durante 14 meses, hasta que fue comprada en diciembre de 1975 por George Lutz, quien le pagó 80.000 dólares a William Weber -el abogado de DeFeo- y se mudó junto a su esposa Kathleen, sus tres hijos y su perro. “Los fantasmas no matan, las casas tampoco, solo matan las personas”, señaló Lutz. Pero la familia permaneció allí sólo 28 días y abandonó la casa por extraños episodios como sonidos inexplicables, voces, líquidos viscosos que surgían de las paredes y un mal olor constante.

Estos hechos fueron luego desmentidos. Se habló de fraude debido a que el abogado de DeFeo habría convencido a los Lutz de darle fuerza a la teoría de las voces diabólicas para que el caso de la matanza de Amityville generara ganancias con el propósito de aliviar la situación judicial de su defendido.

El abogado no estaba errado pues la historia imaginaria y aterradora que contó la familia Lutz inspiró innumerables libros, documentales y películas, entre ellas el libro “Horror en Amityville”, publicado en 1977, de Jay Ansonel, y el film clásico “Terror en Amityville”, de 1979, que estuvo nominado al Oscar como mejor banda de sonido y generó remakes, precuelas y secuelas.

La casa de la masacre, de cinco habitaciones y tres baños, fue finalmente vendida en 2011 por 605.000 dólares. Aseguran que los nuevos dueños no permiten visitantes ni de este ni del otro mundo. | tn.


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