Una fiesta que dejó indignación: la plaza Independencia quedó devastada tras el 9 de julio

Lo que comenzó como una celebración masiva en la plaza Independencia, con más de 60.000 personas reunidas frente a la Casa de Gobierno, terminó en una escena lamentable a la mañana siguiente: césped arrasado, flores aplastadas y basura por doquier. Sacudidos por semejante imagen, muchos se preguntan: ¿por qué no cuidamos lo que es de todos?

La postal matinal era devastadora: bolsas, botellas, papeles, restos de comida invadían cada rincón; los canteros, en lugar de lucir flores, parecían montañas de pétalos secos. Este escenario ya es recurrente: tras cada evento multitudinario, queda la misma huella de descuido.

Las razones son múltiples. En primer lugar, una desatención colectiva: muchos disfrutaron del espectáculo sin asumir la responsabilidad de dejar el lugar en condiciones. Según el texto, “nadie limpia su propio desastre si piensa que ‘otros lo van a hacer’”.

También hubo una falla en la organización: faltaron tachos de basura, campañas visibles para concientizar y controles para evitar que la gente pisara zonas verdes o subiera a estructuras. Sin una estrategia clara, el espacio quedó expuesto al daño.

La tercera causa es institucional: siguen permitiéndose shows de gran magnitud en espacios no preparados para tal uso, sin prever los daños ni cómo repararlos después.

Tirar una botella al piso puede parecer un gesto insignificante, pero ocurre miles de veces y termina construyendo el caos. Porque no se trata solo de estética: es un reflejo de cómo valoramos lo público. Como bien dice el texto, “una plaza sucia no es solo un problema estético, es un síntoma social”.

En las redes, algunos opinan que el evento debió haberse mudado a un predio mejor equipado como el Parque 9 de Julio; otros exigen mayor previsión del Estado. Pero también es momento de mirarse como sociedad: si el espacio es de todos, no debería sentirse de nadie. La plaza nos representa y hoy esa representación está fallando.

Brigadas de limpieza trabajaron toda la noche para intentar dejar el lugar como antes. Pero en lugar de una celebración de libertad, quedó la huella de nuestra propia irresponsabilidad—y eso merece una discusión profunda. /La Gaceta

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